Ministro de Hacienda:
Del 29 de octubre al 6 de diciembre de 1844.
Del 25 de septiembre al 13 de noviembre de 1846.
Del 20 de abril al 5 de agosto de 1853.
Originario de la ciudad de Puebla estudió leyes obteniendo el título de abogado. Siendo diputado federal por su Estado natal, Valentín Canalizo lo designó ministro de Hacienda (1844). Renunció al Ministerio por secundar el movimiento encabezado por Santa Anna. Ocupó el Ministerio de Hacienda por segunda vez a partir del 25 de septiembre de 1846, durante la presidencia de Mariano Salas. Entonces procuró arreglar la consolidación de la deuda pública interior, labor que dejó inconclusa al renunciar el 13 de noviembre de dicho año. Es autor del libro titulado Exposición que dirige a sus conciudadanos y opiniones del autor sobre la monarquía constitucional (1846), publicado en París; texto que justifica la monarquía. Es uno de quienes encabezan el movimiento por el regreso de Santa Anna, quien volvió al poder en 1853 y por tercera ocasión se le nombró ministro de Hacienda. En esa oportunidad impulsó la ley penal para los empleos del Ministerio a su cargo. Mediante un informe manifestó su desacuerdo en la creación de un Banco Nacional (julio 1853). Por otra parte propuso hipotecar los bienes de la Iglesia por 17 millones de pesos, lo cual no le fue aceptado. Debido a la oposición hacia Santa Anna, a quien poco después acusa de mal manejo de los fondos nacionales, abandona el Ministerio el 5 de agosto inmediato, más tarde, en San Luis Potosí, respalda el plan de Ayutla. A pesar de estar a favor del gobierno liberal se le acusa de conservador por lo que se ve obligado a enfrentar al nuevo gobierno, tras de ser derrotado sale de México rumbo a Francia (1856). Regresa a nuestro país (1862) para luchar por las ideas ultramontanas. Después de ser derrotado el Imperio de Maximiliano, decidió ingresar al noviciado de los jesuitas en Roma, ciudad en donde murió. Cabe señalar que Antonio Haro fue hermano del empresario textil poblano Luis Haro y Tamariz.[1]
[1] Cárdenas de la Peña, vol.2, pp.189 y 191.